por María Florencia Álvarez
Asociada EOL-Delegación Mendoza
Esperando el sueño, Manuel (5 años) pide un cuento. Gaetana, su hermana, algunos años mayor, cuenta una historia que le fue relatada por quien escribe, años atrás, que ella misma pedía a repetición en una escena similar. Historia que conjuga personajes de la vida cotidiana, que incluía algunas cosas absurdas, y otras con cierto tinte escatológico. Escucho en silencio la dinámica fraterna. Todos reímos al final. Pero también en el relato ¿Reímos de lo mismo? ¿Qué es lo que hace reír a cada uno?
Retomado el título y la anécdota que relato, ¿de qué ríe el primero; de que el que relata; y el ultimo, ¿ríe mejor?
En El chiste y su relación con el inconsciente, Freud (1905), intentando cernir la psicogénesis del chiste, distingue un estadio arcaico en el que hay una suerte de libertad del referente y de la significación, en donde se encuentra […] la felicidad de lo acústico, esa felicidad de los sonidos que se hacen eco […]1. Estadio arcaico, del que Mirta Berkoff se ocupó en otra entrega de Intersección2 .
En un tiempo lógico posterior, encontramos que el juego de las palabras produce placer bajo alguna de tres formas: la asociación de palabras (en sentido más bien acústico, es decir en la rima, lo monofónico), el reconocimiento de lo mismo o la repetición de lo semejante, y el sinsentido en cuanto tal. Freud precisa, en este segundo estadio previo al chiste, lo que denomina “juego o chanza” (FREUD, 1905, pág. 123). Juego que aparece en el niño en el mismo momento en que éste aprende a emplear las palabras y tramar pensamientos; y ubica cierta satisfacción pulsional en ello, sin miramiento por el significado de las palabras y la trabazón de las oraciones. Nombrará como “placer por el disparate” a aquél que prescinde del sentido. Es decir, un placer en el desencadenamiento del desatino, que deja afuera la crítica, y que sólo precisa que se lo pueda decir, aunque sea insólito, superfluo o inútil.
Se inscribe así el “placer por el disparate” en el registro del juego. Y no es difícil concluir que éste se encuentra oculto en “la vida seria” (FREUD, 1905, pág. 123), hasta desaparecer. Freud suscribe al papel que la educación y el aprendizaje, que conforme avanzan los sujetos en edad, empiezan a predominar el poder de la crítica.
Miller localiza bien la diferencia establecida por Freud entre “chistes sin pulsión” o “inocentes” (basados en el juego del significante), y los juegos de palabra “con pulsión”. Que se encuentran al dar un paso más desde la broma. En estos últimos, hay un obstáculo, que Freud nombrara como “represión”, y que implican una recuperación de aquellas posibilidades primarias de goce (incluyendo aquí el placer por el disparate), que llamara “viejo placer”. Es este placer el que da acceso al placer de la pulsión. Pero, en otro sentido, el chiste que tiene un sentido es para hacer pasar al sinsentido del antiguo placer. Por distintas vías o procedimientos se aprovechan “las mismas fuentes con igual fin”.
El pensamiento que a los fines de la formación del chiste se zambulle en lo inconsciente, sólo busca allí el viejo almácigo que antaño fue solar del juego de palabras. El pensar es retraído por un momento al estadio infantil, a fin de que pueda tener de nuevo al alcance de la mano aquella fuente infantil de placer.3
De lo planteado hasta aquí, podemos pensar sobre aquello que resuena, entonces, en el adulto al escuchar los disparates de los niños. Hace reír, entonces, la ingenuidad del niño, su incapacidad para entender y cumplir aquello que está reglado, por ejemplo, hablar correctamente. Recupera cierto placer perdido, si se encuentra dispuesto.
Un valor añadido tiene la anécdota, que implica ubicar el punto del tratamiento de lo escatológico, que es el gran y primer tabú infantil. Nada hay que divierta tanto a los niños como el lenguaje y los chistes escatológicos. Por razones higiénicas, el tabú se asume como algo razonable y conveniente. La represión es tan enérgica en los adultos, que los chistes escatológicos se convierten en la mayor de las vulgaridades. Podemos hablar, entonces, de un efecto desinhibidor en el papel del niño sobre el adulto. Que, insisto, si éste está dispuesto, es decir, distante de encarnar una función educadora.
Concluyendo, retomo la pregunta sobre lo que hace reír. Nunca sabemos de qué nos reímos exactamente, el chiste es sólo una excusa. No sé si el ultimo ríe mejor, pero sí que el adulto recupera algo que perdió hace ya tiempo. Un placer que hunde sus raíces en las profundidades del inconsciente, de algo que está oculto incluso para aquel que ríe.
¹ MILLER, J. A., (2012) La fuga del sentido. Buenos Aires, Paidós, p. 353.
2 En https://interseccionbibliotecascuyo.com/el-disparatar-un-vacio-fuera-de-sentido/
3 FREUD, S. (1905). El chiste y su relación con lo inconsciente, Buenos Aires, Editores Amorrortu, T VIII 2006, p. 163.
Bibliografía
FREUD, S. (1905) El chiste y su relación con lo inconsciente, Buenos Aires, Editores Amorrortu, T VIII 2006.
MILLER, J. A., (2012) La fuga del sentido. Buenos Aires, Paidós, p. 353.
BERKOFF, M., “El disparatar, un vacío fuera de sentido”, Intersección. Boletín virtual de bibliotecas de psicoanálisis del Nuevo Cuyo, Nro. 6., La La Lalengua. Las palabras y los goces, Sección El Banquete.
