por Gerardo Maeso
Analista Miembro de la EOL – AMP
Director CID Mendoza – IOM2
Estaba paseando por los parques de Palermo con mi nieta mayor, que entonces
contaba con cuatro años. Llevábamos a mi mascota, un perro fox terrier inquieto y
vivaz, muy querido por toda la familia, especialmente para la pequeña con la cual
jugaba en forma incesante.
Repentinamente, nuestro acompañante comenzó a revolcarse en desechos
humanos, lo que me llevó a atarlo con su correa y a mantenerlo a distancia, ya
que era insoportable su olor hediendo.
Me veía apremiado a buscar de una fuente para sumergirlo, lavarlo y poder subirlo
a mi auto.
Iba con mi brazo extendido para que no se acercara, todo aquello parecía un
blooper y dejó de darme gracia. Quería disciplinar a ese pequeño animal que
portaba el mayor de los desagrados al querer contactar con nosotros.
En medio de algunos gritos que yo profería, mi nietita fue presa de un ataque de
risa. Le pregunté si se reía de mí porque no quería ensuciarme con la caca que
portaba nuestro querido Tango (nombre de mi mascota).
Ella me contestó: “¡No me río de vos!, sino de la palabra ‘maloliente’”.
Recuperada la calma, ya en nuestra casa, advertí que se trataba del impacto
sonoro que le causaba la palabra, similar a los significantes no articulados que los
lacanianos llamamos lalengua. Había, sin duda, un acuerdo entre la sonoridad de
la palabra y el cuerpo sensible.
Sin embargo, parte del grupo familiar, desorientado, intentaba instalar el
significado de un pretendido olor malo, que estaba fuera de los intereses de la
pequeña.
A este verdadero forzamiento que se instala para que los significantes se articulen
y se constituyan en portadores de sentido, Lacan lo llamó “alfabestialización”,
neologismo que designa la mortificación que implica la adquisición del lenguaje.
El lenguaje es una elucubración de saber sobre ‘’lalengua’’ y este forzamiento
instala una tensión no fácil de soportar.
¿Puede entonces el autismo enseñarnos algo sobre lalengua en la adquisición del
lenguaje?