LA LOCURA DE LAS NORMAS

por Daniel Millas
AME EOL-AMP
Presidente de la EOL
Buenos Aires

Para abordar el tema central que nos propone el Boletín Intersección es preciso considerar las consecuencias que se desprenden de la última enseñanza de Lacan. Es
desde allí que adquiere toda su relevancia la afirmación que realiza en Vincennes en
1978: “Todo el mundo es loco”.

La misma nos lleva a ubicarnos en una posición donde la ironía propia del discurso
analítico viene a poner en cuestión cualquier concepción que pretenda fundar un criterio de normalidad.

Cuando se pretende hacer de la relación con las normas un orden de hierro, nos encontramos con la misma dimensión psicótica de aquél que se considera llamado a
encarnar la excepción portadora de una verdad universal.

Un delirio extraordinario lleva la misma marca forclusiva que aquél que hace del sentido común la única morada en la que habita.

La investigación sobre la psicosis ordinaria que desde hace ya muchos años realizamos
en la orientación lacaniana nos ha enseñado mucho al respecto y nos permite justamente poner en cuestión el prejuicio clínico que ordena la supuesta salud mental a
partir de la idea estadística de normalidad.

¿Qué incidencia tiene esta perspectiva cuando decidimos inscribir nuestra práctica
como analistas en un hospital público?

¿Cómo conciliar la demanda social de asistencia a la que responde el hospital, sus normas y tiempos institucionales, sus criterios estadísticos, etc., con las condiciones de
alojamiento propias del síntoma de cada sujeto?

Sabemos en tanto analistas que la universalidad de la regla “Para Todos” debe dejar lugar a la inscripción de lo que hace ley para cada uno. Allí se inscribe el síntoma en su
función estabilizadora de suplencia.

Siguiendo esta lógica diremos que se trata del “uso” que hacemos de los dispositivos
hospitalarios en función de cada caso. Hablamos de uso, porque justamente este término implica admitir que no contamos con un saber preestablecido. Es decir, que no se trata de una técnica, en el sentido de la aplicación estandarizada de un saber previo.

Nuestros dispositivos son un artificio. No están asegurados en su eficacia por ninguna
garantía universal. Son un artificio disponible para un uso determinado. También el
analista se presta en la transferencia a un cierto uso dentro de la economía libidinal del
paciente.

Valorar la dimensión terapéutica de nuestra práctica implica recordar que el síntoma
posee un núcleo de goce irreductible que escapa a cualquier intento de reabsorción en
el universo de las normas.

Se trata entonces de recibir al paciente en los dispositivos como “uno entre otros”, pero
favoreciendo un recorrido en el que logre inscribir su condición de excepción, en un
arreglo que cuente con su consentimiento.

Nuestra responsabilidad como analistas en el hospital es la de propiciar y darles un lugar a esas soluciones excepcionales que no se encuentran codificadas en las planillas de estadísticas pero que constituyen la clave de lo que cada sujeto puede inventar para hacer más soportable su existencia.