HISTORIA DE LA LOCURA Y OTROS RELATOS

por Violeta Guyot
Profesora Emérita de Filosofía y Epistemología de la
Universidad Nacional de San Luis

La presencia de la locura ha sido una preocupación constante en la historia de la humanidad. Es imposible ocuparse del tema sin referirse a las investigaciones que Michel Foucault realizó con motivo de su tesis de doctorado, que fue publicada con el título Folie et déraison. Histoire de la folie à l’âge classique en mayo de 1961. La mirada que propone Foucault acerca de la locura está precedida por una interpelación acerca de la relación del sujeto y la verdad, en los tiempos de su actualidad, es decir, de su presente ¿qué es lo que somos hoy, qué es el sujeto en el presente que vivimos? Así tuvo que pensar la emergencia histórica del sujeto moderno y sus condiciones de posibilidad. Esto lo llevó a cuestionar la forma de hacer la historia de un modo lineal, evolutivo, siguiendo una línea de continuidad causal. El discurso psicopatológico acerca de la locura hacia mediados del siglo XX, lo llevó a plantear el problema en una perspectiva histórica, pero de otro modo: “En todas las culturas occidentales existían algunos individuos que eran
considerados enfermos y otros que eran considerados locos: por así decirlo, se trataba de significaciones vividas de modo inmediato por la sociedad, la cual reconocía sin dudar, tanto a los enfermos como a los locos. Pues bien, las significaciones han sido modificadas bruscamente cuando se han constituido determinados conocimientos, determinados corpus científicos, y cuando apareció algo así como una medicina mental o psicopatología, y algo así como una medicina clínica, hacia fines del siglo XVIII. Mi problema ha sido demostrar de qué manera las significaciones vividas de modo inmediato en una sociedad representaban condiciones suficientes para la constitución de un objeto científico. Para que la enfermedad y la locura se convirtieran en el objeto de un saber racional fueron necesarias cierto número de condiciones que he intentado analizar. Se trataba de la “interrupción” entre sentido y objeto científico, es decir, de las condiciones formales para la aparición de un objeto en un contexto de sentido” ¹

El despliegue de la historia de la locura desarrollada por Foucault, comienza a fines de la Edad Media y el Renacimiento, prosigue en los Siglos XVII, XVIII y XIX y hasta mediados del Siglo XX.

La emergencia y el despliegue de los discursos acerca de la locura en la vida cotidiana y la cultura, dan cuenta de una experiencia peculiar en el mundo occidental que se fue transformando hasta nuestros días.

Las representaciones de la locura presentes en el imaginario popular y la cultura de fines de la Edad Media y el siglo XV, permiten advertir una relación entre las imágenes de los textos escritos y las de la plástica. El análisis de los cuadros del Bosco (“La Cura de la locura” y “La nave de los Locos”) y de Brueghel (“Dulle Grette”, “El vino de la Fiesta de San Martín”) y de los grandes textos de los humanistas, Flyder (Moria Rediviva) y Erasmo (Elogio de la Locura), y otros relatos y fábulas, cuentos y sátiras, ponen en evidencia la presencia de la locura y del loco que ocupan el centro de la escena como figuras importantes, en su ambigüedad: “amenaza y cosa ridícula, vertiginosa sinrazón del mundo y ridiculez menuda de los hombres” (Foucault HF 21). Hasta la segunda mitad del Siglo XV, solo reina el tema de la muerte como amenaza presente en el interior del mundo humano. Hacia fines del siglo, esta gran inquietud se invierte: burlarse de la locura y denunciarla es el gesto prudente que enseña a los humanos que no son ya más
que muertos. Si bien en este último período la palabra y la imagen ilustran aún la misma fábula de la locura, en el mismo mundo moral, tienden a disociarse constituyendo una separación radical en la experiencia occidental de la locura.

Las figuras fantásticas de los animales (en las pinturas del Bosco y Brueghel, por ejemplo) descubren al hombre el secreto de su animalidad: “Y por una sorprendente inversión, va a ser el animal el que acechará al hombre, se apoderará de él, y le revelará su propia verdad. […] “la animalidad ha escapado de la domesticación de los valores y símbolos humanos; es ahora ella la que fascina al hombre por su desorden, furor, su riqueza, en sus monstruosas imposibilidades, es ella la que revela la rabia oscura, la locura infecunda que existe en el corazón de los hombres”. (HF 30) La locura fascina porque es saber. “¿Qué anuncia el saber de los locos? Puesto que es el saber prohibido, sin duda predice el reino de Satán y el fin del mundo; la última felicidad es el supremo castigo. […] Es una visión del mundo donde toda sabiduría está aniquilada”. (HF 31) “Cuando el hombre despliega la arbitrariedad de su locura, encuentra la oscura necesidad del mundo; el animal que acecha en sus pesadillas, en sus noches de privación, es su propia naturaleza, la que descubrirá la despiadada verdad del infierno; las imágenes vanas de la ciega bobería forman el gran saber del mundo” […] Pero, “La locura no tiene tanto que ver con la verdad y con el mundo, como con el hombre y la verdad de sí mismo, que él sabe percibir.”

Erasmo elogia la locura desde la mirada del sabio, del crítico que señala los defectos y vicios de los humanos en su largo séquito de necedades; de las formas humanas de la locura, “El apego a sí mismo es la primera señal de la locura, hace que el hombre acepte como verdad el error, como realidad la mentira, como belleza y justicia, la violencia y la fealdad. […] De esta adhesión imaginaria a sí mismo, nace la locura, igual que un espejismo.” (HF 31) Igualmente, la presunción del saber acarrea el castigo de la locura, de una ciencia inútil y desordenada, por el exceso de falsas ciencias y de su presunción ignorante.
Se inauguran así dos experiencias de la locura en la cultura occidental que se distancian con el transcurrir del tiempo: La experiencia trágica (de Bosco, de Brueghel) y la experiencia crítica (de Erasmo). Occidente seguirá la experiencia crítica de Erasmo: por un lado, la locura se convierte en una forma relativa de la razón, pues una será la medida de la otra y, por otro lado, la locura se constituye en una de las formas de la razón, pues expresa la verdad, pero sólo en determinadas circunstancias.

La experiencia de la locura entre los siglos XVII y XVIII.

Durante el siglo XVII se inaugura una nueva experiencia de la locura. Habría que destacar la creación de grandes internados y la irrupción del racionalismo como
filosofía dominante a partir de entonces.

Para Descartes la razón, el buen sentido, es lo mejor distribuido en el mundo. “Cogito ergo sum”, es la enunciación de un sujeto pensante, es decir racional. El sujeto pensante es el yo soberano de la razón, y el fundamento de la sensatez, el hombre puede siempre estar loco, pero el pensamiento, como ejercicio de la soberanía del sujeto que busca la verdad, no puede estar loco. Según Foucault, Descartes proporciona los fundamentos para la relación excluyente Razón-Locura.

Por el mismo tiempo la organización del Estado, bajo el orden monárquico absolutista, se extiende en los principales países europeos. Esa forma de organización política, social y económica, inaugurará la experiencia del confinamiento, un poder de segregación y una nueva sensibilidad ante la miseria, el desempleo, la ociosidad y los deberes de asistencia del Estado. El poder real crea en París en 1656 el Hospital General. Allí serán alojados los locos junto a los vagabundos, delincuentes, mendigos, enfermos, prostitutas, ociosos. Una
muchedumbre indistinta cuyo rasgo común es su falta de recursos, su abandono “En su funcionamiento, o en su objeto (el Hospital General) no tiene relación con ninguna idea médica. Es una instancia del orden, del orden monárquico y burgués que se organiza en Francia. Es una de las respuestas dadas por el siglo XVII a una crisis económica que afecta al mundo occidental en su conjunto: descenso de salarios, desempleo, escasez de la moneda”. (HF58) Esa organización se extiende en las principales ciudades de Francia, Inglaterra, Alemania, Holanda, España.

La práctica de la internación forzosa extensiva a todos los que no formaban parte del aparato productivo, adquirirá una nueva función moral y social: hacer útiles a los allí encerrados por medio del trabajo, reabsorber a los ociosos y evitar los inconvenientes políticos de los motines y la agitación social. En esta experiencia laboral surge la exigencia de la reclusión, organizada y controlada administrativamente. “El Hospital general tiene un estatuto ético. Sus directores están revestidos de este cargo moral, y se les ha confiado todo el aparato jurídico y material de la represión: tienen todo el poder de autoridad, dirección, administración, policía y jurisdicción, corrección y castigo. Para cumplir esta tarea se han puesto a su disposición postes y argollas de tormento, prisiones y mazmorras” (HF 65) La virtud es también asunto del Estado, por ello es necesario imponer las normas que establezcan la autoridad y garantizar que serán respetadas.

Dentro del mundo del encierro de la sinrazón, tienen un estatuto particular los que son llamados insensatos, espíritus alienados, extravagantes, dementes. Se recomienda la internación de estos sujetos para evitar el escándalo, la vergüenza, los peligros del mal ejemplo, por el honor de las familias. Sin embargo, la exhibición de los insensatos fue un paseo dominical para los curiosos que pagaban por el espectáculo; más allá del silencio de los asilos, la locura seguía presentándose al mundo. La razón segura de sí misma señala la locura, la sinrazón y organiza el espectáculo. Exhibidos y tratados como animales, los locos ponen de manifiesto la animalidad, la presencia del animal en el hombre, que adquiere las formas de un bestiario, de un oscuro poder que acecha la razón, una violencia antinatural al orden racional humano. … “el loco, al recorrer la curva de la caída humana, hasta llegar al furor de la animalidad, revela ese fondo de sinrazón que amenaza al hombre”. Es un camino abierto al determinismo que marcará las formas de la locura y la observación de los síntomas que en la época clásica intentaban desentrañar las características y la etiología de la manía y la melancolía, de la histeria y la hipocondría. La curiosa evolución de esa búsqueda toma al cuerpo como objeto de análisis en el que se detectaban aspectos orgánicos, espíritus animales y condiciones morales. El estudio del sistema nervioso, su fisiología y patología, dejó en vigencia la asimilación de la histeria y la hipocondría a las enfermedades mentales, es decir a la sinrazón; por otro lado, da a la sinrazón nuevas valoraciones al atribuirle el efecto psicológico de una falta moral.

En el siglo XVIII surgen críticas a la forma de confinamiento que mezcla locos, delincuentes, libertinos, malvados y corruptos, pobres, vagabundos y mendigos. Esto representa una forma de injusticia y de irracionalidad. Se levanta la sanción moral a la pobreza, pues ella es efecto de una situación en la que se juegan dos realidades: una vinculada al ingreso y el dinero, al estado del comercio, la ganadería y la industria, otra vinculada a la población como fuerza de producción de riqueza. La pobreza es una situación donde se mezcla la riqueza y el estado de necesidad. La población es un bien esencial en la producción de riqueza; por eso es un error confinar y sostener por caridad a la población pobre. Es razonable poner a la población confinada en el circuito de la producción y repartirla donde hace falta. Por tanto, se procederá a reducir las prácticas del confinamiento, se liberará a los pobres y a los encerrados por faltas morales, conflictos familiares y formas benignas de libertinaje, pero se proseguirá con el encierro de los locos. En plena Revolución, con la Declaración de los Derechos del Hombre, se fijan pautas también al respecto, cuya implementación crea dificultades que deberán ser
superadas en la práctica, entre la protección a los locos, su posible liberación según la situación valorada por directores y médicos o su traslado a hospitales señalados para su cuidado. Pero tales hospitales no existen. En muchos casos los alienados son enviados a prisiones junto a prisioneros políticos, fugitivos y hambrientos. Los desórdenes generados por esa convivencia llevarán a reestructurar los espacios asignados a los locos.

Queda abierta la vía para las reformas que llevarán adelante Pinel en Francia y Tuke en Inglaterra.

Se inaugura, a partir de entonces, otra experiencia de la locura, en una estrecha conjunción entre el conocimiento y la moral. Se inicia así una vía de curación o recuperación que está sustentada por propósitos filantrópicos y humanitarios. El asilo en el que la locura queda confinada facilita la mirada que registra y objetiva. Hacia fines del siglo XVIII la locura era sujeto de sí misma pero ahora se encuentra relacionada con ella misma en tanto objeto de conocimiento. Se podrían señalar nuevas formas de representaciones de la locura y objetivaciones que permiten circunscribirla: la diferenciación de la locura con otras formas de sinrazón lo que conduce a la búsqueda de su verdad; constitución de un asilo que se propone el objetivo médico, es decir con la creación de espacios de confinamiento y de curación; el derecho de la locura a ser escuchada lo que inaugura un sujeto que mira y escucha y la considera un puro objeto; consideración de la locura en su aspecto psicológico vinculada a la verdad cotidiana de la pasión, de la violencia y el crimen, lo que la inserta en un mundo no coherente de valores y en las derivaciones de la mala conciencia; consideración de la locura en tanto verdad psicológica de un determinismo irresponsable que conduce a la discriminación del juicio moral.

Se registran de este modo nuevas formas de sujeción, objetivación y registro del comportamiento de los locos: son elementos que permiten un conocimiento sobre ellos. Todo esto tiene un alcance social al mismo tiempo y la curación se propondrá que la conducta del loco sea la propia del hombre normal. Para este propósito la figura del médico ocupa un lugar central pues él objetiva y registra el comportamiento de los insensatos y conduce la conducta apropiada a las reglas morales aceptadas por la sociedad. Estamos sobre los pasos de un sujeto de conocimiento muy concreto y de una psicología de las conductas que tiende a diferenciar lo normal de lo anormal, a la normalización de los individuos por la vía de la cura. De este modo se va constituyendo el saber psiquiátrico sobre la base del encierro del loco, un monólogo de la razón que observa y clasifica. La ciencia de las enfermedades mentales se constituye sobre esta base, nunca abrirá a un diálogo posible.

El asilo, lugar privilegiado para la observación y clasificación, elabora un saber determinado que es un monólogo de la razón, la psiquiatría, la psicología y sus derivaciones. Sus discursos configuran la verdad que constituye subjetividades y tipos sociales a la vez que sujetos de conocimiento.

Sin duda esta es una historia inconclusa de la locura. En ella quedan por registrar las numerosas experiencias y saberes que proliferaron en el siglo XX con movimientos tales como el psicoanálisis, la antipsiquiatría, la desmanicomialización y las nuevas prácticas vinculadas a la medicalización e institucionalización de los sujetos considerados enfermos mentales.

Otros relatos. Testimonios para una historia de la locura recogidos en tierras puntanas.

La experiencia de la locura es universal. Cualquiera sea la época histórica, las formas de la organización social, la heterogeneidad de las culturas, encontramos relatos acerca de esa extraña condición que afecta a determinados sujetos. Tal vez lo más interesante radique en las sustanciales diferencias de esas experiencias que nos brindan pautas para comprender que la verdad acerca de la locura aparece ligada a la compleja trama de los saberes, las vivencias, los miedos y temores que ellas despiertan. En cada pequeño lugar del mundo donde los lazos sociales luchan por establecerse, preservarse y hacer posible la vida la reflexión sobre la locura, se da origen a relatos dispares y a menudo alejados del saber científico oficialmente reconocido.

Lo que queremos brindar es un ejemplo de esos relatos que han proliferado en otro tiempo en tierras puntanas. La fuente a la que recurrimos es el capítulo: “El mal del viento. Y otros saberes acerca de la locura en San Luis. Entrevista a Don Mario Quiroga Luco” de la Tesis de Licenciatura en Psicología realizada por Jaqueline Picirillo: “Una crítica histórica a la separación razón-locura en la tradición de la cultura occidental”, UNSL, San Luis, 1991.

“Las gentes dicen que dicen y así en el tiempo se dice, por ejemplo, que en los campos, el que sufre de trastornos mentales, lo debe a que estando la luna alta y sin caer rocío, durmiendo en campo abierto, la lechuza le cantó a la oreja, y lo dejó así perdido, con su lamento del ruido de sus alas en el viento” […]

[…] ”Supieron contar que cercano al campo del Águila, más arriba de las sierras del Trapiche, en una enramada con empalizada de tunas, vivía Don Camilo. Hombre sabio que sabía curar al que gritando y rompiendo sus trapos, de golpe agarrándose la cabeza, se ponía rojo como una brasa de algarrobo”.

“Al débil mental le decían que tenía “flojos los tornillos” […] En el campo le dicen “engualichao” o soncito, que sólo sirve para cuidar cabras o traer leña y agua. También estaba el “tonto del pueblo.”

[…] “No muchos años atrás, socialmente al enfermo mental se lo consideraba, más que una desgracia o un castigo de Dios, una vergüenza. […] Desde el punto de vista no sólo social, sino económico, el enfermo mental era a veces recluido de por vida, en el casco de una estancia, o rancho próximo a algún oratorio, o a una capilla perdida en el campo.”

[…] “Era costumbre en el tiempo de antaño, santiguarse al pasar por la cerca y ventanas altas embarrotadas del Buen Pastor, de la calle Ayacucho, ellas daban a un pabellón próximo al destinado para cárcel de reclusas de diferentes delitos. En el referido pabellón, estaban en diario aislamiento, enfermas mentales de “tránsito” hasta obtener plaza en el Hospicio de La Merced, en Buenos Aires, a donde eran transferidas definitivamente. De noche se escuchaban gritos, lamentos y llantos. Cuentan que a una tal en “tránsito” en esos accesos, las monjas le arrojaban baldes de agua fría del aljibe del patio central, y uno tras otro, la hacían retroceder hasta el ángulo de dos paredes, donde temblando caía sentada en cuclillas. Las religiosas, rezando en semicírculo, se aproximaban, sosteniendo en una mano el rosario y en la otra un cirio que colocaban en el suelo próximo a ella. La Superiora quemaba incienso, y moviendo una y otra vez un detente o escapulario no cesaba hasta que aquella, adormilada, cerrara sus ojos hasta el tañer de las campanas del alba”.

Años más tarde se crearon instituciones en la región, aunque los saberes y prácticas anteriormente mencionados continuaron.

[…] “En el pueblo, risueña y picarescamente, se llamaba a la cuadra de la calle Brown al 200, “la de la locura”. Esa cuadra se caracterizaba por tener en la esquina un estacamento policial, y luego haciendo cruz, en una acera el hospicio y en la otra un prostíbulo. La muchachada y los cocheros de la plaza, “mateos”, decían, “las casas de los locos y las locas”. […] Por mucho tiempo se contó que en el “loquero” de la calle Brown, les ponían al revés camisas y sacos […] y luego les ataban los brazos con tiras de cuero.” […]

“Así, un día el pueblo se horrorizó porque se decía que un loco se había “degollado” en la tina. Muchos decían haber visto que a los locos los metían, aún en invierno, en un barril lleno de agua fría y un balde de jugo de yuyos hervidos. Que luego pasando la cabeza por el hueco hecho en la tapa de madera ésta era ajustada con tornillos. El caso es que un loco un día, tanto gritar y mover su cabeza, se degolló con el filo del hueco de la tapa”.


¹ CARUSO, Paolo(1969), Conversaciones con Lévi-Strauss, Foucault y Lacan. Editorial Anagrama, Barcelona, p. 69.