Entrevista a Walter Kohan

Breve presentación académica

Estudié Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, hice mi doctorado en
México, un posdoctorado en Francia en la Universidad de París VIII y otro en la
Universidad de British Columbia de Vancouver. Soy profesor titular en la
Universidad del Estado en Río de Janeiro. Coordino el Núcleo de Estudio de
Filosofías e Infancias y soy investigador del Consejo Nacional de
investigaciones científicas de Brasil y de la fundación de apoyo a la
investigación de Río de Janeiro.

—¿Cuál es la influencia del psicoanálisis en tu concepción de la infancia?
¿Qué es un niño?
Sobre la influencia del psicoanálisis en mi concepción de la infancia, es
compleja, difícil la pregunta. Por medio de mi terapia —por el psicoanálisis que
yo me he hecho— y lecturas. No he leído tanto, he leído un poco a Freud, algo
a Lacan —pero mucho menos de lo que debería— y también, indirectamente
tal vez, he leído más a los críticos del psicoanálisis, a los franceses como
Foucault, Deleuze y Guattari. Entonces, en verdad, he tenido una relación con
el psicoanálisis bastante mediada por esas críticas sobre todo, yo diría, a la
cuestión del sujeto y la subjetividad en su relación con el poder: la relación del
psicoanálisis con formas institucionales tradicionales como la familia.
Hay un tema que a partir de esta pregunta, pienso, es interesante, y tal vez
ustedes lo puedan pensar mejor que yo y es la noción del tiempo, de
temporalidad. Creo que uno piensa a la infancia muy relacionada a la forma
cómo piensa el tiempo, o sea, la concepción que cada uno tenga de la
temporalidad afecta y condiciona bastante lo que uno piensa en relación con la
infancia. He tratado últimamente de problematizar un poco la relación
exclusivamente cronológica de la temporalidad, que implica una visión
cronológica de la infancia. Esto es: la infancia como una etapa de la vida, la
primera etapa, la vida humana como una línea de movimientos sucesivos y consecutivos e irreversibles; así la infancia ocuparía una etapa de los primeros
movimientos de la vida.
Yo creo en esa temporalidad cronológica, en algún sentido, pero por otro lado
creo que está también la temporalidad del inconsciente y hay otras
temporalidades que problematizan eso. Eso es algo que ustedes me podrían
decir, y valdría la pena: ¿cómo el psicoanálisis permite pensar la infancia más
allá de una infancia temporalmente cronológica?

—En tu escrito “Filosofía e Infancia. La pregunta por sí misma”
mencionas que hay diferentes formas de encuentro entre la filosofía y los
niños, a una de ellas la nombras como filosofía de los niños; ahora bien,
¿consideras que existe un aporte de los niños a la filosofía? ¿Cuál?
Les voy a contar una anécdota que me parece que de alguna manera ilustra
eso que me están preguntando, que es bastante interesante. Yo estaba el año
pasado en una escuela en Bari, en el sur de Italia. En la escuela hay un
proyecto que hace filosofía desde la universidad (hay un grupo de la
universidad que hace filosofía en las escuelas), entonces me invitaron. Como
saben que yo trabajo con la infancia, hicieron una actividad en la que los
chicos, en un taller, daban su propia definición de infancia; después de que
daban esa definición de infancia, se encontraban conmigo y me iban
presentando lo que habían pensado, lo que habían escrito, lo que habían
concebido y dibujado en relación con la infancia. Y bueno, empezamos a
hablar. Después de un buen rato, yo les había hecho muchas preguntas y les
sugerí entonces que ellos hicieran lo mismo conmigo. Una chica en ese
momento me preguntó: “¿quién inventó la filosofía?”. Le dije que encantaría
saberlo, les pregunté si ellos tenían algunas ideas y empezaron a decir cosas,
cosas que se les ocurrían sobre quién había inventado la filosofía. Entonces
(no me acuerdo si fue un chico o una chica), me dijo: “para mí la filosofía la
inventó una señora que quería recordar que había sido una niña”. Es
impresionante. La filosofía como un invento para no olvidar la infancia, para
recordar que fuimos infancia. Porque somos infancia.
Se habla muchas veces de la filosofía para formar a los niños; filosofía para
desarrollar el pensamiento crítico, para formar ciudadanos; filosofía para hacer
adultos responsables, y toda una serie de cosas que la filosofía haría a los
niños y, en realidad, esta chica nos hace pensar que se trata más bien de
volver a la infancia o de no olvidarla, de recordarla, de tenerla presente y no de
tener una pretensión de que la infancia sea algo diferente de lo que es. Es más
bien cómo cuidar, cómo atender a la infancia y no formarla, no evitarla, no
transformarla. Y es bonito también porque justamente habla del tiempo
nuevamente: recordar es una palabra que tiene al corazón dentro, la
etimología es la misma de corazón. Esto es: cómo tenerla presente, cómo
sentirla ahora, cómo hacer a la infancia propia de un tiempo que no es el
tiempo del pasado ni del futuro, que no es el tiempo de chrónos, porque en
chrónos no hay presente, el presente es un límite; los dos tiempos de chrónos
son pasado y futuro.

Hay un fragmento de Heráclito, el 52, que yo siempre menciono que dice: “el
tiempo —la palabra griega para tiempo es Aión (no es Krónos), es un tiempo de
intensidad, un tiempo de presente, no un tiempo de movimiento— es un niño
que juega (…)”.

Yo creo que esto es uno de los aportes, lo digo a partir de aquel ejemplo de la
niña de Bari, como un símbolo, como una muestra de que la infancia nos hace
pensar lo que olvidamos, lo que no recordamos, lo que olvidamos o no
tenemos más presente y es preciso tenerlo presente para poder ser lo que
somos, para habitar otro tiempo que ese del movimiento, ese de la sucesión,
ese que no nos permite estar en el presente, que nos proyecta de un pasado a
un futuro, ese en el que el ahora es un instante, efímero, instantáneo, y no nos
deja habitar el tiempo del corazón. Eso es lo que esta chica nos hace recordar.
Y tal vez el valor de la filosofía en la escuela sea recordar la infancia, y con la
infancia recordar un tiempo presente que la escuela ya no recuerda y que,
entonces, ese espacio de pensar juntos, en nombre de la filosofía, sea una
manera de recuperar la infancia y con ella recuperar un tiempo de presencia en
la escuela.

—En una ponencia que diste en las VI Jornadas Regionales de Filosofía y
Educación en Mendoza haces mención de la etimología de la palabra
escuela, Scholè, que significa tiempo libre. En estos tiempos de
exigencias de producción de mercado, ¿de qué formas consideras que se
puede introducir un tiempo diferente al de dichas exigencias? ¿Piensas
que hay articulaciones posibles entre la pedagogía y la Scholé?
Creo que también en la escuela el tiempo es una cuestión fundamental y
principal. Y la escuela hoy también es una institución dominantemente
cronológica, todo se mide en función de chrónos: ese tiempo que está
compuesto de pasado y futuro, ese tiempo de movimientos sucesivos,
consecutivos e irreversibles, lineales, iguales para todos, cuantificables,
objetivos —en el sentido de que no depende de las subjetividades—.
Entonces, la escuela está muy lejos de un tiempo libre como el que su
etimología hace pensar. Es un tiempo cada vez más asociado al tiempo de la
producción, del mercado. Tal vez sea bueno aclarar que en relación con la
noción griega de Scholé (tiempo libre), varios estudiosos como Rancière,
Masschelein y Simons, han mostrado que la escuela nace justamente no como
un lugar para aprender sino como un lugar para experimentar un cierto tiempo,
un tiempo libre, en el sentido de liberado de las exigencias que tiene el tiempo
fuera de ella. O sea, no es necesaria una institución para aprender porque se
puede aprender en cualquier lugar, pero sí es necesaria una institución en la
que se pueda experimentar el tiempo de manera diferente de como se
experimenta en las instituciones que dominan la sociedad: el trabajo, la familia,
en donde sea. Entonces, la escuela nace como un espacio para experimentar
un tiempo libre.
Recientemente hemos publicado un libro (en portugués, esperamos que salga
pronto en castellano): Manifiesto por una escuela filosófica popular con
Maximiliano Durán, en el que trabajamos la etimología de la escuela griega, de
la Scholé, pero también con la tradición de la escuela popular latinoamericana,
en particular con el venezolano Simón Rodríguez, que creó una escuela
filosófica popular en Chuquisaca, en la entonces capital de Bolivia, en la
primera parte del Siglo XIX. Rodríguez decía una cosa muy bonita: que a
Scholé (tiempo libre) los latinos la tradujeron como ocio (Otium) y por eso se puede criticar todo lo que uno quiera a los que hacen negocio con la educación,con la escuela; que nunca se dirá lo bastante, porque quienes hacen negocio
(neg-Otium) con la escuela, hacen una antiescuela, hacen una negación de lo
que la escuela es, hacen un Negotium (negocio), niegan el tiempo libre que es
la escuela.
Es interesante porque, en realidad, hoy las escuelas son casi antiescuelas,
porque las escuelas son negocios, sea porque son privadas o sea porque
someten el tiempo a lo que puede ser útil para el mercado del trabajo, para el
día de mañana. Entonces someten el tiempo al futuro. Chrónos no tiene
presente, en chrónos solo hay pasado y futuro, porque es un tiempo en
movimiento, un tiempo que no para. Yo creo que con esas dos tradiciones,
tanto de la escuela griega, que era una escuela elitizada —de una elite
privilegiada, que no era una escuela para todos, al contrario, era una escuela
que ya no era apenas para los nobles pero de todas maneras suponía ciertas
condiciones económicas que no cualquiera podía pagar— como de la tradición
de América Latina, de la escuela popular —en la que sí vemos, en el caso de
Simón Rodríguez, por ejemplo, una escuela que busca que el tiempo libre no
sea un privilegio sino una posibilidad de todos—, con estas dos tradiciones hoy
tenemos un desafío: que las escuelas sean escuelas de verdad, escuelas
donde se pueda vivir un tiempo que permita el trabajo sobre sí, que permita la
formación, que permita pensar en qué mundo se quiere vivir, en qué mundo
estamos viviendo; en fin, que permita ocuparse de esas cosas que valen la
pena por sí mismas y no porque son productivas o utilitarias como casi todo lo
que hoy hacemos, que es medido por esa relación con algo exterior.
Es difícil, por cierto, no hay métodos, no hay recetas, pero también hay siempre
espacios, hay siempre imperfecciones —la escuela, los sistemas escolares son
muy imperfectos—, y hay siempre posibilidades de interrumpir la lógica que
domina e introducir posibilidades de otras lógicas, de otros tiempos, de otra
manera de habitarlas.

—Según tu perspectiva, ¿qué supuestos e implicancias tiene la
separación de las personas entre niños y adultos? o ¿qué tipo de
diferencia es la diferencia entre niño y adulto?
La diferencia entre niños y adultos tiene varias dimensiones. Creo que es una
diferencia compleja condicionada históricamente, es decir, cada sociedad, cada
cultura, cada tiempo, se divide o separa niños y adultos de manera específica.
Entonces, es difícil responderla fuera de un contexto, fuera de un marco
histórico, geográfico, cultural, social, político.
Por otro lado, tiene diversas dimensiones: es una distinción que tiene una
dimensión filosófica, una dimensión económica, política, y diversos alcances.
En nuestra sociedad, es muy ambivalente porque desde un sentido político, por
ejemplo, es una distinción que delimita quién vota y quién no, o quién puede
manejar un auto y quién no, o quién puede presentar un descargo o una
presentación jurídica y quién no, en fin, tiene toda una serie de connotaciones
acerca de lo que es posible y no es posible hacer. No sé si hay alguna manera
de distinguir algo que alcance a todos los niños y las niñas —de ahí que en el
lenguaje también aparece la cuestión del género, más allá del contexto
histórico—.
Si tuviera que decir algo, volvería al tiempo. Creo que por ahí yo vería la
distinción. Volvería a aquel fragmento de Heráclito, al fragmento 52, que dice
que Aión (los griegos tenían varias palabras para el tiempo: Kairós, Krónos y
Aión) es un niño que juega. Su reino —el reino de Aión— es un reino infantil, el
reino de un niño. De hecho, un niño que juega, en realidad, en griego dice pais
paizo: es un niño que niñea. El tiempo como Aión hace lo que hace un niño, lo
más propio de un niño, que pensamos que es jugar pero tal vez habría que
ampliarlo un poco.
Creo que lo que ahí Heráclito sugiere es bastante fuerte (por lo menos en las
sociedades que habitamos nosotros), que la infancia es otro tiempo, que hay
un tiempo infantil. Podríamos ver que no sólo es infantil, es un tiempo que
puede ser de repente artístico, del juego, del amor, del pensamiento también,
en algún sentido. Por eso la filosofía y la infancia son tan próximas, tan afines,
porque habitan un tiempo próximo, que no es el tiempo del conocer, de la ciencia, pero sí es el tiempo del arte, del jugar. No es un tiempo ni de pasado
ni de futuro, sino un tiempo de un presente que justamente hace que uno
pierda noción del tiempo cronológico o del tiempo que pasa.
Y esa también es la tensión de la escuela —para volver a la escuela, porque la
escuela es una institución cronológica—. Los niños, las niñas vienen en otra
temporalidad y, en parte, la escuela es eso: hacer que los niños abandonen su
tiempo e incorporarlos a este tiempo de chrónos, que le es completamente
ajeno, incómodo, hostil. Por eso, a veces la escuela les es tan difícil a muchos
niños y niñas, porque es insensible a un tiempo infantil.
Yo creo que si tuviera que decir algo, iría por ahí, que la distinción es una
distinción de tiempos, de tiempos que se habitan: hay un tiempo infantil y hay
un tiempo adulto. También eso es parte de la escuela. No es que sea un
tiempo bueno y otro malo, porque chrónos también permite con su ciencia
muchas cosas —de hecho, chrónos permite que hayamos llegado a la luna,
que podamos tomar un colectivo, un tren o un avión, o nos permite organizar
un presupuesto para hacer varias cosas, o nos permite tomar una medicación
secuencialmente—. Es un tiempo importante, sería muy difícil vivir sin chrónos,
organizar una sociedad sin chrónos, pero también es difícil vivir sin Aión. Y la
sensación es que a veces nos olvidamos, que otra vez nos haría bien recordar
que somos infancia, somos otro tiempo, y por eso me juego a hacer filosofía,
llevar la filosofía a la escuela y a otros lugares donde pueda. Es una manera de
recordar que somos infancia y que somos otro tiempo.
Bueno, creo que es todo. Espero que les haya gustado, que los inspire y los
ayude a pensar y ojalá, sobre todo, que les sea significativo. Muchas gracias.