Entrevista a Isol Misenta

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Marisol Misenta, más conocida como Isol, es ilustradora y, muchas veces,
autora de los textos de sus libros. Ha publicado libros como autora integral
(texto y dibujos), y también ha ilustrado obras de escritores como Jorge Luján,
Graciela Montes y Paul Auster. Con más de veinte títulos publicados
internacionalmente y traducidos a diecisiete idiomas, su trabajo ha sido
reconocido internacionalmente con el Premio Golden Apple en 2003
(Bratislava), la selección como finalista del Premio Hans Christian Andersen
en 2007 y en 2013 con el Astrid Lindgren Memorial Award (ALMA) en
Suecia, considerado como un Nobel de la literatura infantil, entre otros.
Algunos de sus títulos: Imposible, Nocturno, La Bella Griselda, El Globo, Tener
un patito es útil, Vida de perros, Secreto de familia (todos editados por FCE),
Piñatas (Del Eclipse), Pantuflas de Perrito (Pequeño Editor). Es también
cantante y se desempeña dentro del ámbito del pop y de la música clásica.

 

 

—En una conferencia que dieras en España en 2018 titulada “Elogio de lo
salvaje”, relatas el pasaje que te llevó a decidir hacer libros para niños,
allí se puede escuchar cómo el elemento de lo ridículo ha sido importante
en ello. En relación con esto último, Platón define la naturaleza de lo
ridículo como el vicio de la ignorancia de sí. ¿Qué relación hallas entre
esta definición y lo que tú has dado en llamar el lugar controversial que
ocupa el niño para el adulto?

Me parece que todo depende de qué tipo de noción de lo ridículo estemos
hablando. Creo que lo que dice Platón acerca de lo ridículo es a lo que más
tememos: a ser vistos de esa manera como lo que estamos queriendo ser y no
somos, lo que todavía no llegamos a ser, a ser vistos como tontos. Creo que es
ese miedo el que yo ataco cuando digo que hay que ser ridículo; no debemos
juzgarnos a nosotros mismos desde afuera cuando vamos a crear algo, no hay
que tener dentro una persona o una voz juzgándonos como ridículos a
nosotros mismos.

Ser ridículo tiene el sentido de no temerle a ese juicio ajeno. Hay gente que
piensa que hacer dibujos es ridículo y que no sirve para nada, que hacer
cuentos o salir a dar un paseo es ridículo, todo depende de la escala de
valores de cada persona. Si uno sale de eso es más libre.

Yo hice una muestra hace muchísimos años —creo que fue mi primera
muestra— en el Centro Cultural Recoleta. Se llamaba Ridículo y Precioso. Me
gustaba eso, era la apreciación de una niña acerca de un dibujo mío, la hija de
Jorge Luján. Cuándo él le mostró lo que yo quería hacer para el libro Tic Tac,
ella lo miró y le dijo: “¡Es ridículo!… y precioso”, y usó la palabra “ridículo” para
definir algo que jamás se le hubiera ocurrido. Yo creo que tiene que ver con el
nonsense y con el absurdo… con algo que uno no espera, pero no en un
sentido peyorativo. Y creo que los artistas no debemos temerle a eso que está
dentro de nosotros mismos, que es como un superyó o una voz que nos está
juzgando y diciendo “lo que hacés es ridículo, lo que hacés no vale la pena”.
Entonces, hay que liberarse de ese miedo para poder hacer cosas, porque, de
última, ¿para qué estamos en este mundo? Si caemos en eso, también
podríamos pensar que es ridículo hacer cualquier cosa. Por eso, lo tomo desde
ese lado: el de permitirnos hacer cosas que para otros pueden ser ridículas.

—UNICEF realizó una edición especial por los 30 años de la Convención
Internacional por los Derechos de la Niñez con ilustraciones de dibujantes
de América Latina y el Caribe, en la cual participas con dos ilustraciones,
una de ellas lleva por nombre El conductor. Título que resuena en más de
un sentido, más aún, observando el dibujo al que alude: un niño que toma
desde sus extremos dos cuerdas enlazadas al cuello de lo que parecen un
toro y una gata. Si tomamos la imagen desde la perspectiva de la familia,
¿qué dirías de la figura del conductor?

En realidad es un dibujo que fue pensado individualmente, no en relación con
ese derecho. Me pareció interesante en el sentido de tener control de la propia
vida, poder decidir. Pensé en la idea de tomar las riendas y ser uno quien
conduce la propia vida y decide la dirección.

También remite a una carta, del Tarot medieval o algo así, que tiene algo
parecido. Pero no lo tomé en un sentido familiar, la verdad es que tomé dos
cabezas interesantes. Eso pasa mucho, haces un dibujo y te lleva a un montón
de cosas. De hecho, esa ilustración fue parte de una muestra que se llamó
Vidente Natural. La muestra consistía en que yo le pedía a la gente que
realizaran una pregunta, como si fuera el I Ching, y a partir de un bolillero
donde sacaban números, les tocaba una imagen y esa imagen era la respuesta
a su pregunta. Lo que tiene de bueno justamente la gráfica o el dibujo es que
es muy polisémico, entonces es posible encontrar muchas señales que uno
quizás está buscando. Por esta razón no podría anclar mi ilustración con la
representación de una familia. Alguien puede leerlo como la madre, el padre, el
niño… pero yo no lo leo así. En todo caso, el hecho de seguir algún tipo de
guía más que otra puede estar relacionado con nuestras decisiones de vida;
pero tiene que ver más con una cuestión de tomar el camino, de sentir que uno
puede elegir hacia dónde va.

—Freud, en su texto Introducción al narcisismo, se refiere acerca del
atractivo del niño, el cual reside en su narcisismo, en su complacencia
consigo mismo y en su inaccesibilidad, lo mismo —agrega— que los
gatos, las aves de rapiña, el criminal célebre y el humorista en la
figuración literaria, abriendo esta serie con la belleza en la mujer.
Resuenan a partir de ello algunos elementos que hacen a tu estilo como
ilustradora y escritora: la figura del niño, el humor y lo que has nombrado
en varias oportunidades como lo salvaje. ¿Qué consistencia toman estos
elementos en tus personajes?

Tendría que ver qué es lo que dice Freud, tal vez alguna cosa esté
desactualizada (risas). Sí, a mí lo que me parece muy interesante del niño
como personaje es que está fuera de ciertas convenciones, no tiene tantas
capas de defensa ni de armadura frente al mundo y eso lo convierte en un
sujeto muy subversivo, es decir, rompe un poco con las estructuras porque
quiere y porque no quiere también, simplemente por existir y aparecer como un
ser nuevo en un ámbito en el que antes no estaba.

Me parece que el término narcisista alude a que a veces uno no entiende su
direccionalidad, eso también nos da miedo, y es algo muy interesante para un
personaje.

A mí me pasa que, en general, tengo mucha empatía con los niños, y creo que
también encuentro una similitud entre ellos y los animalitos. Decir esto no
suena políticamente correcto, pero yo también tengo empatía con los animales.
Hay cierta ingenuidad salvaje, cierta pureza que me resulta muy
enternecedora, ¡aunque también te pueden morder! Por ejemplo, me parece
que en un chico “feroz” hay algo muy del orden de lo vivo, de lo humano a flor
de piel, que nosotros, los adultos, fuimos limando, trabajando.

Hay adultos con un grado de narcisismo letal y mucho más peligroso que el de
los niños. Tampoco sabemos qué piensan y muchas veces son los que nos
gobiernan.

Me parece que en un niño todo puede ser más gracioso. En general, yo pienso
bien de los niños, me resulta un lugar de bastante frescura en la visión del
mundo que también me parece interesante para la creatividad. Además, me
interesa que huyan del deber ser, de lo solemne. Hacen muchas preguntas,
expresan la sorpresa, muestran más los sentimientos. Son capaces de
necesitar del otro, de una manera que no es rígida, sino flexible, y eso es lo
que se necesita también para inventar cosas: preguntarse acerca del mundo,
no tener miedo a equivocarse, maravillarse de lo cotidiano, imaginarse lo que
no existe; todo eso tenemos en común con los niños quienes queremos seguir
en contacto con lo vivo y con su creatividad, y con cualquier actividad que
implique movimiento y sensibilidad.

—En tres de tus libros aparece la figura de la madre asociada a cierto aire
ominoso, claro, no sin humor: una madre que se convierte en globo a
partir de que se le cumple ese deseo a su hija; una madre que pierde
literalmente la cabeza a razón del deslumbramiento por su hija; y otra que
es descubierta, también por una hija mujer, en su verdadera naturaleza:
es un puercoespín por las mañanas. Madre e hija y cierta atmósfera
ominosa que rodea sus historias. ¿Qué puedes decirnos de este
tratamiento del lazo?

Yo trato de no analizar mucho mis libros pero hay algo que sí pensé —supongo
que es el caso de muchas mujeres— y es que mi madre es una referencia muy
fuerte como mujer y como espejo, como modelo. Anthony Browne, por ejemplo,
que es varón, tiene un montón de libros en los que aparece el padre como
gorila, pero la madre no aparece nunca.

Entonces creo que tendrá que ver con esa posición de niña de la que tiene que
despegarse o analizar ese lugar suyo como mujer… es un lugar, quizás, de
inquietud.

El globo se me ocurrió a partir de escuchar a una vecina: una madre gritándole
a su hija todo el tiempo. Era una situación muy molesta y yo empecé a
imaginarme en el lugar de la hija, recordando mi infancia a partir de esa madre
gritona. No sentí que fuera algo especialmente mío, pero sí el tema del deseo
cumplido está en muchos de mis libros. A veces no se sabe si realmente es un
deseo, si ella deseó eso, porque dice: “Camila pidió un deseo, su madre se
convirtió en un globo y no gritaba más”, pero no dice exactamente qué pidió;
quizás el deseo fue que se callara y pasó eso. Existe una relación con el deseo
medio incontrolado: se satisface pero de una manera que uno no espera, lo
que está muy vinculado con los cuentos clásicos.

En Secreto de Familia surge el tema del reflejo en la mamá y el deseo de que
sea la mejor madre del mundo y una ser la mejor, la que tiene la mejor madre
del mundo, la mejor familia. Lo comenté muchas veces, yo amaba a mis padres
pero pensaba que no eran como lo que debían ser: ellos eran más bohemios,
más hippies, yo quería una familia más conservadora, no sé por qué, ¡horrible!
(risas). Ahora agradezco tremendamente que no lo fueran, pero en ese
entonces no me gustaba ser diferente, por eso este libro habla del miedo a ser
diferente y eso viene, supongo, por una cuestión familiar.

En Griselda también está presente el asunto del lugar de la mujer y el deseo
personal, pero más bien el deseo de los otros sobre uno, como aquello que te
hace ser. “Era tan bella que todos perdían la cabeza por ella”, literalmente.
Entonces, ahí está el tema de agradar a todos, de ser la más linda, la más
perfecta, y todas las penurias que eso te hace pasar, a veces, sin darte cuenta.

A mí, por ejemplo, la princesa me da pena, me parece tonta, aunque me da
ternura también, yo no juzgo a los personajes. Cuando aparece su hija también
es un reflejo y, de pronto, es el momento en que ella se libera y a mí me cae
bien, como autora. Por eso mismo tuve que hacer que siguiera el cuento con la
beba, para que hubiera una mirada que quisiera a su madre, que sienta pena
por el derrotero que sufrió, porque los demás ya no la aguantaban más. Pero
no me parece que ella se tenga que hacer cargo de los errores que haya
cometido su mamá. Hubo una editora y una amiga ilustradora que me decían:
“¡Ay! ¿Por qué la hija no tiene el poder de volver las cabezas a su lugar?”. Yo
me pregunto por qué se tiene que ocupar la hija de andar resolviendo los
problemas de su madre. O sea, ¡ella va a ser otra cosa! Y después, bueno, lo
dejo abierto.

En mi caso, también atravesé algo similar en mi vida, de un lugar más
narcisista —que tampoco disfrutaba tanto—, a poder planear entregarme, a
tener un hijo: estar en un lugar diferente como mujer.

—Por último, ¿hay una diferencia entre literatura infantil o para niños y
literatura para adultos? ¿Cómo la situarías?

Hay cuestiones implicadas en los libros que van a ser leídos por niños; poder
comunicarse con un niño supone reflexionar sobre qué le puede gustar, qué es
lo que yo podría compartir con él.

En el caso de los libros que a mí me gustan para niños y los que quiero hacer,
yo creo que pueden ser disfrutados por adultos y por niños. Creo que Graciela
Montes lo había dicho: que la literatura infantil es una literatura que incluye
también a los niños. Me parece que para incluirlos no hay que dejarlos afuera,
en medio de referencias a cosas que ellos no conocen. Eso básicamente, tratar
de ponerse en una situación de escritura que tenga una mirada que vaya
desde o hacia lo más simple pero sin huirle a lo complejo: cualquier tema se
puede hablar si contemplamos que estamos hablando con un niño, de qué
manera resonará en él y cómo podemos contárselo. La verdad es que cada
autor hablará o sentirá desde el lugar que le funciona. A mí me gusta mucho la
síntesis de los cuentos cortos, usar la imagen para narrar, los personajes de
niños y pararme desde ese lugar.

Para mí es natural hacer este tipo de libros, no los dirijo hacia una determinada
edad o a determinado tipo de niño, sino que intento que me gusten a mí y a mis
amigos, y después veo qué pasa con los niños. La exigencia es la misma, es
decir, tiene que tener calidad, no ser previsible, no ser didáctico, no ser
solemne; las mismas características que buscamos en un libro de adultos: no
tratar con condescendencia al lector, buscar que lo que uno ofrece tenga
alguna capacidad de enamorar, sorprender, mostrar algo que antes uno no
había visto de esa manera, etc. También hay que tener un feeling con el lector
posible, de cualquier edad, pero sabiendo que será leído por un niño.

Esta particularidad no me acota de ninguna forma, se me ocurren en ese
formato muchas historias que a veces tienen diferentes lecturas. Quizás yo veo
cosas que un nene tal vez no ve de la misma forma, aunque considero que sí
tienen algo que ver con un niño. Igualmente, no lo tengo muy estudiado,
controlado, no soy mediadora de lectura, me sorprendo a veces con que
algunos libros funcionan más con los chicos y otros más con los padres.
También pasa que cuando a los padres les gusta mucho un libro, ya lo cuentan
con otra onda, lo disfrutan y eso el niño también lo disfruta, creo que eso
también es un plus. Yo no hablo con mi lector como si fuera alguien que no
entiende las cosas, sino alguien que entiende muchas cosas pero que
justamente todavía no transitó por un montón de situaciones. Además, es un
desafío que el lograr que sea bastante concreto, que no se vaya en
demasiadas ideas; a veces con pocos detalles se puede hablar del mundo
entero y llegar mucho más, pero eso pasa con los adultos y con los niños. No
tengo una definición súper clara al respecto.