por Nestor Yellati
AME EOL-AMP
Buenos Aires
En el principio fue Descartes, podríamos decir. Como es sabido Jacques Lacan ubica en su filosofía el nacimiento del sujeto de la ciencia, ese sin el cual el psicoanálisis no hubiera sido posible. También es para la ciencia, o mejor dicho, la neurociencia, el que cometió un error: el de suponer que hay una res cogitans y una res extensa. Al menos esta es la afirmación de un neurólogo eminente, Antonio Damasio, en su libro ya clásico “El error de Descartes”. El llamado dualismo cartesiano sería entonces pre-científico, estaría basado en el desconocimiento de lo que la investigación del cerebro revela, que toda manifestación humana tendría su sustento material en ese órgano fundamental.
Por supuesto que esta no es una posición compartida por todo investigador pero hay que reconocer que si no fuera así, ¿qué quedaría por fuera de dicho fundamento? ¿Habría acaso un alma inmaterial? ¿Un psiquismo sin materia que lo sustente? Por supuesto la locura, ese “apartarse del surco” del delirante, tampoco podría quedar exenta de ser explicada por el cerebro. No sólo el delirio generalizado de los seres parlantes tal como propone Lacan y retoma Miller en su “Todo el mundo es loco, es decir delira” sino los peculiares delirios de aquéllos que llamamos “psicóticos”.
Pero, en definitiva, ¿qué quiere decir “explicar a partir de una función cerebral”? Se trata de localizar, ubicar en el espacio, eso que Freud descartó desde los inicios de su concepción de “aparato psíquico”, cuando al tomar como modelo una lente, dirá que la imagen que se forma lo hace en un espacio virtual, no real.
Hay una historia del localizacionismo ligado al cerebro y sus funciones. Desde que la mirada médica se posó en la anatomía del órgano para luego interponer ese extraordinario instrumento, el microscopio, hasta la actualidad, la tecnología ha hecho su labor. Indudablemente no es lo mismo la observación del órgano cadavérico que la que logran los instrumentos actuales que permiten la visualización de su funcionamiento en el ser viviente, que habla y puede responder a la demanda del investigador mientras éste ubica las zonas activas del cerebro.
Por lo tanto, se trata siempre de localizar, de responder a la pregunta ¿Dónde ocurre eso?
Como es sabido es Freud quien produce una “ruptura epistemológica”, rechazada de diversas maneras por quienes descalifican al psicoanálisis en tanto no es una “ciencia”.
Indudablemente el psicoanálisis permitió revelar otra materialidad, la del significante, que se puede emitir, oir, escribir, y que puede producir ese efecto que llamamos ……sujeto.
El sujeto que descubre el psicoanálisis, el sujeto dividido por el significante, no tiene ninguna materialidad; es más, puede existir sin ningún cuerpo que lo sostenga. Hay sujeto antes de que un ser viviente venga al mundo, porque ha sido antes sujeto de un deseo, porque tiene destinado un lugar simbólico en una estructura social. Sujeto que perdurará después de la muerte del viviente, ya que tendrá un lugar en el mundo de los muertos a partir de su nombre.
Es claro que entre la vida y la muerte se podría ubicar esa materialidad que criticamos, la del cuerpo, ese cuerpo que supuestamente es objeto de investigación, y para lo que nos interesa, la del cerebro en particular.
Sin embargo, el psicoanálisis también establece una distinción fundamental. Porque la ciencia investiga al organismo y éste se distingue del cuerpo.
La incorporación de lo simbólico permite al ser parlante tener un cuerpo, pero éste ya no será el de la materialidad que se le supone.
Cuando el significante hinca en lo que llamamos organismo, es para producir esa marca, esa huella, ese trauma que lo determinará en tanto cuerpo singular, diferente de cualquier otro.
El organismo quedará así profundamente perturbado. Es dicha perturbación, la locura que produce el lenguaje en el parlante, lo que hace que ya no un organismo sino un cuerpo haga síntomas, permita que la verdad hable a través suyo y también……….goce.
Porque de ese cuerpo el humano goza y lo manifiesta, o lo silencia, de diversas maneras.
¿Como sería posible localizar eso que el psicoanálisis llama goce, que es ignorado por la ciencia, aunque no hace más que brotar del cuerpo por todos sus poros, cuando éste ya no es un conjunto de órganos con determinadas funciones biológicas, cuando ese goce está fuera del cuerpo y sólo retorna para localizarse en algunos bordes?
¿Qué cuerpo será ese que está constituido por dichos bordes?
¿Qué relación podría tener con esa área designada humorísticamente “área de recompensa”?
Si somos locos, si deliramos, si lo que escribo puede ser locura, es porque somos seres de lenguaje, lo habitamos y nos habita.
¡Qué lejos que esto se encuentra la intención localizadora de la ciencia del cerebro, que supone que “esa cadena bastarda de destino e inercia, de golpes de dados y estupor, de falsos éxitos y encuentros desconocidos, que constituye el texto corriente de una vida humana” 1 podría encontrarse en el tejido, en el neurotransmisor, en la estructura neuronal!
¡Es una locura!, como tantas otras que produce el ser parlante.
¹ Lacan, J. (2014) “Acerca de la Causalidad Psíquica” en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, pág 159.