por Federico Calandria
Artista e Ilustrador
Mendoza


Mi primer acercamiento al arte callejero fue en mi adolescencia, en los años noventa. A la edad de 15 años, tenía un amigo al cual le gustaba una chica que vivía cerca de mi barrio. En esa época éramos jóvenes idealistas, queríamos cambiar el mundo, escuchábamos a Silvio Rodríguez, estábamos entusiasmados con la historia del Che y la Revolución cubana. Un día compramos un aerosol en la ferretería y planeamos salir a la noche a escribir frases por la calle. Cuando todo el mundo dormía salimos a callejear, mi amigo escribió algunas frases románticas para su amada, también escribimos frases de canciones de Silvio. Como a mí me gustaba dibujar sentí la pulsión de hacer unos trazos. Con la adrenalina de sentir que estaba haciendo algo prohibido, dibujé un rostro en una pared abandonada cerca de donde tomaba el colectivo para ir al colegio. Fue una sensación increíble, poderosa, de romper un límite establecido, de expandir mi libertad. Al otro día fui a tomarme el micro para ir al colegio y vi el dibujo, sentí una burbujeante satisfacción de saber que podía intervenir mi entorno, hacerlo mío.
Después pasó el tiempo y no volví a pintar más en una pared hasta que estuve en la facultad. Estudié la carrera de diseño gráfico en la Universidad Nacional de Cuyo, mientras paralelamente me dedicaba al arte, al dibujo y a la pintura. Asistía al taller del maestro Ángel Gil; empecé a pintar cuadros en formatos cada vez más grandes, hasta que decidí saltar directamente a pintar paredes, un poco influenciado por el muralismo mexicano de Rivera y Orozco, y otro poco por la creciente movida de street art que se estaba gestando en el mundo.
El arte urbano tuvo una explosión a principios de los 2000; hubo gran crecimiento de la escena, empezaron a verse diversas variedades de técnicas y estilos. Dejó de estar asociado sólo al grafiti y la cultura hip hop para ampliarse a dar cabida a artistas contemporáneos y diseñadores que empezaron a explorar la calle como un nuevo medio de expresión. Así empezaron a vislumbrarse variados estilos de muralismo, a desarrollarse novedosas técnicas de intervención como el stencil, las instalaciones, las pegatinas, etc., todo valía a la hora de expresarse. Yo en esa época, a mi vez, descubrí la obra de los artistas neoyorkinos Basquiat y Keith Haring, que fueron de los primeros en llevar el arte urbano a espacios del arte contemporáneo en los años 80; también descubrí a Banksy y sus sténciles, con potentes mensajes anti sistema. En Argentina también tenía referentes en Doma y Fase, dos colectivos de diseñadores de Buenos Aires que estaban haciendo intervenciones callejeras combinando arte y diseño.
Al ser diseñador y artista plástico encontré en la calle un mundo muy atractivo para desarrollar mis trabajos. Al principio empecé pegando stickers y realizar pegatinas con diseños de personajes propios; era un método rápido y sin riesgo de tener problemas con la policía. Por donde iba, dejaba un pequeño recuerdo; cuando volvía a pasar, al tiempo, era reconfortante ver el recorrido marcado por esas señales personales. Después empecé a conocer a otros diseñadores que estaban en la misma, empezamos a salir a pintar juntos, lo cual hacía más divertido todo; compartíamos técnicas, experiencias, era una excelente excusa para salir del solitario encierro del taller, socializar un poco y hacer arte.
Gaucholadri
En 2010 formamos, junto con un amigo diseñador, Marcos Zerene, un colectivo de arte urbano llamado Gaucholadri, que estaba despojado de nuestros estilos artísticos personales y más ligado a nuestros recursos de diseñadores gráficos. Creamos un proyecto llamado Iconografía Tercermundista, que consistía en pintar íconos en blanco y negro (una silueta negra con una frase), a veces con un mensaje de crítica social, otras veces jugando con elementos de la cultura local argentina, o simplemente algo que nos parecía divertido o irónico. Nuestra idea era sacar a la gente de la monotonía de la calle, hacerlos pensar, reír, reflexionar, nuestras intervenciones dejaban libre a la imaginación del espectador la interpretación del significado. Este proyecto tuvo buena repercusión, lo cual nos llevó a irnos de gira por Europa. En 2014 ganamos un concurso para participar en un importante festival de arte urbano que se hacía en Ibiza -el Bloop Festival- así que aprovechamos el viaje para girar y pintar por distintas ciudades como Madrid, Barcelona, Roma, Florencia, Berlín, Ámsterdam. Nos sorprendió lo bien que recibieron nuestra propuesta artística a pesar de ser algo tan relacionado a la cultura local argentina. Ahí comprendí el poder del arte para conectar, para viajar y abrir fronteras, conocer gente, distintas culturas, desde adentro, desde sus calles. A pesar de las diferencias culturales, el arte tiene el poder de unir, rompe nuestras barreras humanas y nos conecta como seres a través del espíritu.
Mi experiencia en Cipau
En 2019 fui invitado por Octavio Joaquín, coordinador del taller de Espacio de Arte terapia del Cipau (Centro Integral Provincial de Atención en Urgencias del Adolescente) a realizar un mural en el patio de la institución, trabajando en base a los dibujos que los chicos habían hecho en el taller. La experiencia me pareció innovadora y acepté participar con gusto, trabajé con los dibujos de los chicos que tenían una gran riqueza creativa, potenciado por el desparpajo, la frescura y libertad que les da la edad. El desafío era interpretar todo ese material creativo para generar una obra integradora en un mural que reflejara el espíritu de los chicos y de la institución, y a su vez que diera un mensaje positivo para la gente del lugar. Estuve trabajando unos meses en la institución, interactuando con los chicos, en un ambiente bastante duro, porque es muy triste la situación y las problemáticas por la que atraviesan los internados.
Siempre me llamó la atención, al pintar en la calle, cómo el arte urbano atrae a los más chicos, se quedan mirando con curiosidad y fascinación, preguntan cosas, quieren ayudar a pintar, explorar ese mundo desconocido, más como un juego que como una necesidad artística. Al fin y al cabo, el juego y el arte suelen estar íntimamente relacionados, comparten el mismo espíritu, la misma esencia. Cuando les das un pincel o un aerosol para que pinten, puede verse en sus rostros que conectan con algo que los llena y los hace sentir libres. En Cipau pude ver en los chicos esa chispa de vida, de creatividad, esa necesidad de conectar con la expresión, con el amor, por eso es muy valioso el trabajo de los talleres artísticos en este tipo de instituciones.
Al final, cuando terminé el mural, quedé conforme de haber dejado, en colaboración con los chicos, un mensaje de color, alegría y esperanza, en ese patio donde viven momentos difíciles de sus vidas. Pude vislumbrar lo importante del arte en los jóvenes como herramienta de expansión de su mundo personal, como canal de expresión para conectar con algo más puro y elevado que los saque, aunque sea por un rato, de sus duras realidades personales.
El arte urbano como expresión
Desde la primera vez que pinté en la calle, hasta el día de hoy, siento esa misma sensación de poder y libertad cada vez que pinto. Desde que nacemos, vivimos condicionados por límites y programaciones sociales que nos llevan a vivir con sentimientos de represión. El arte urbano nace de un espíritu de rebeldía ante el sistema, de expresión de libertad en tu espacio, de romper esa estructura limitante que tiende a oprimir a las personas. Funciona como una válvula de evacuación del inconsciente colectivo de las ciudades, como el desagüe de un dique que si no libera agua se rompe o se rebalsa. El arte actúa como una descarga liberadora de las pulsiones ocultas de los humanos, por eso a veces es armonioso y alegre, a veces triste, oscuro y rabioso. Ese espíritu de rebeldía que conlleva, me conecta con la juventud y la adolescencia, en ese momento en el cual uno empieza a darse cuenta de que la vida puede transformarse en una trampa si no tomamos las riendas de nuestra propia existencia, en ese momento en que podemos tomar el camino equivocado que nos lleve a vivir una vida que no elegimos. El arte urbano sacó al arte de los museos y galerías a la calle; de ser exhibido en espacios reducidos, con público acotado, a estar al alcance de todas las personas. El arte callejero es libertad, es amistad, es compartir, es vivir aventuras, es conectar con la comunidad y con tu espacio, es ser parte de la creación colectiva. En las calles está latente la magia, en las calles la vida está más viva.