De los reales, los miedos y las leyes

Por Nicolás Lobos
Filosofo

Escribe Milorad Pavic en el Diccionario Jázaro: “Uno de los caminos seguros que
conducen al futuro verdadero –porque también existe un futuro falso- es ir en la
dirección en que crece tu miedo”. Algo en relación al deseo pero también a lo Real
anida en este enigmático “futuro verdadero” para cuyo descubrimiento existiría una
piedra de toque: el miedo creciente. Si acompañamos esta sentencia con aquella
de Oscar Wilde: “Hasta el más valiente entre nosotros se teme a sí mismo” o con
el dicho popular: “Podrás proteger a tu hijo de todo menos de sus pesadillas” y las
ponemos a marchar juntas presenciaremos, tal vez, algunos cruces interesantes.
¿El miedo nos acecha o nos guía? ¿Lo más terrible nos aguarda o nos habita? Lo
ominoso y lo siniestro han sido definidos como “lo inhumano anidando en lo
humano”, lo monstruoso en casa. Das Unheimlich (Freud). El terrorismo, los
linchamientos, la inseguridad, la ira, la violencia, la locura… ¿la irrupción de un
real sin ley? Pero… ¿a qué llamamos humano? ¿A qué llamamos casa? ¿A qué
llamamos ley? Preguntas perturbadoras. Humano es una palabra que tranquiliza
siempre y cuando no nos explayemos demasiado y no se nos exija una definición.
De la misma manera funcionan casa o ley. Se trata de términos pacificadores
mientras se mantengan en estado de ingravidez.
Hay un poema de Thom Gunn sobre un recluta alemán que durante la Segunda
Guerra Mundial arriesgó su vida ayudando a judíos a escapar del destino que les
tenía reservado la maquinaria nazi. El poema dice:
“Sé que tenía unos ojos poco habituales
cuyo poder no podía determinar orden alguno,
ni confundir a los hombres que veía,
como otros hicieron, con dioses o con bichos”.
Interesante poder que consiste en no poder. No poder determinar orden alguno.
Determinar un orden es determinar una jerarquía y habilitar -probablemente- una
injusticia o arbitrariedad. Este soldado tenía el poder de no poder confundir a las
personas con dioses o con bestias. Donde otros veían divinidades (arios,
generales del Tercer Reich, Hitler, Eva Brown) o alimañas (judíos, gitanos,
homosexuales), el soldado de la mirada horizontal sólo veía seres humanos.
Entonces manejar categorías y clasificaciones habilita la identificación de “bestias”
y su posible segregación en campos de concentración. Tanto como las
expresiones al estilo de “esta persona es psicótica, aquella es delincuente, esa es
adicta, la de más allá es discapacitada y la otra es down, aquél es judío y el otro
es gay…” y gracias a eso también aparece la posibilidad de decir “nosotros”.
Nosotros que somos nosotros porque no somos como ellos. Enfrente de esta
posición está la perspectiva de que el diferente es valioso sólo por ser diferente,
de que ser pobre, mujer, niño, musulmán o travesti es un manto de gloria. Y que
de allí sólo puede salir una palabra plena. Aquellos que sólo tienen sus cadenas
para perder son los únicos que pueden decir una verdad.
Eagleton usa el poema de Thom Gunn para caracterizar a la ideología (de una
manera que después problematizará): “La ideología es lo que persuade a hombres
y mujeres a confundirse mutuamente de vez en cuando por dioses o por bichos”
(Eagleton: 2005:15). Supone que, si evitamos confundirnos, veremos con claridad
a los seres humanos como seres humanos. Para Thom Gunn el significado de ser
humano se muestra evidente a los ojos sin categorías del recluta: no es necesario
explicarlo. Pero esto es justamente una de las definiciones más contundentes de
ideología. La evidencia del significado implica que no hay que acudir a precisiones
cuando un discurso es ideológico, se trata de “lo que todo el mundo sabe”, lo que
no precisa de explicación, argumento o descripción. Más aún, exigir rigor
semántico es -en un ámbito ideológico- ofensivo por principio. La evidencia del
significado supone una ligazón natural y obvia entre significante y significado,
significado que no es argumentable porque señala una esencia, no una
particularización o situación. Y toda esencia es -por esencia- imposible de definir
completamente, imposible de saturar con palabras: “No es eso… es otra cosa, sí,
pero es algo más…“.
Entonces para tratar de sucumbir lo menos posible al ámbito ideológico hay que
definir. Pero afirmar la necesidad de una definición no hace al problema más
simple. Una definición completa convertiría a lo definido en objeto, lo
instrumentalizaría. Por el contrario una definición incompleta abre las puertas tanto
a lo Sublime como a lo Siniestro y a la posibilidad de confundirnos de vez en
cuando con dioses o con bestias. Plantear como hizo Kant que el ser humano es
siempre un fin y nunca un medio es un buen camino, pero un fin es algo
suficientemente abstracto, formal y sin atributos como para ser saturado –
silenciosa e inconscientemente- de ornamentos o detritus míticos. Si la definición
no es completa es ideológica en el sentido de que deja un espacio abierto a todo
tipo de connotaciones, fantasmas, afectos y metonimias difícilmente justificables
(Das Unheimlich y das Erhabene); pero si la definición es completa también es
ideológica en el sentido de que cierra totalitariamente las posibilidades de
aparición de lo nuevo, de lo radicalmente otro, de lo que somos incapaces de ver
desde cierto momento histórico, clase social, ubicación geopolítica, género o raza.
No poder determinar orden alguno, estar más allá -o más acá- de las categorías,
de los sistemas clasificatorios o de las ideologías nos ahorraría injusticias sin
duda, pero implicaría -prácticamente- no poder hablar y esto no nos convertiría en
más humanos sino en todo lo contrario. Estamos en problemas.
Intentemos algunas líneas para pensar este fárrago: muy lejos de la apacible y
unívoca transparencia que Tom Gunn asigna a los ojos del soldado, lo más
probable es que este recluta estuviera abarrotado de simpatías y rencores, dudas
y certezas, inseguridades, resentimientos manifiestos o ignorados que lo llevaron
a actuar como actuó, cosa que hizo seguramente sin garantías, es decir, no sin
culpa, ni dilemas, ni temblores. De ninguna manera debe haber tenido la certeza
de estar del lado de los buenos, no en ese momento. La historia es en realidad un
discurso tautológico que sólo nos suele decir que los buenos estuvieron del lado
de los buenos.
Entonces, percibir la complejidad de la situación del recluta podría ser un buen
camino para acercarse a alguna verdad. Lejos de una mirada angélica o
evangélica, percibir las complejidades no nos salva… pero nos ayuda bastante.
Así como prescindir en lo posible del verbo “ser” nos aleja un tanto del discurso de
las esencias y de las gratificaciones -tantas veces motivantes, tantas veces
colmadas de goce segregativo- de la identidad. Por otro lado sería necesario
señalar ciertas resonancias atemorizantes en el discurso psicoanalítico cuando se
habla de lo Real. A veces lo Real parece funcionar como amenaza y
disciplinamiento. Hablar en términos de lo “real sin ley” es señalar un real que
interroga nuestra representación estrecha, probablemente clásica y conformista de
la ley. Por último hablar de la violencia o la locura tiene resonancias místicas, tal
vez aportadas por el uso del singular. Hablar -en cambio- de leyes, violencias,
locuras, goces, reales…, con la complejidad y matices del plural, tal vez nos ayude
a ser precisos o a ser tomados lo menos posible por las ideologías.


Bibliografía
Eagleton, T., Ideología, Paidós, Bs. As., 2005.
Pavic, M.,Diccionario Jázaro, Anagrama, Bs. As., 2006.