¿Analizar a un niño?

por Luciana Bordas
CID San Juan
Integrante Equipo Infancias CID San Juan
Co-Responsable Nueva Biblioteca del IOM2 CID San Juan (NUBIOM)

 

“Mi mamá me dice que vengo para aprender a portarme bien, pero yo en
realidad vengo porque vos me escuchas (…)”

    Fernando, 7 años.

 

Inicio el artículo citando a un “analizante de pleno ejercicio”, como sostiene
Miller, cuyas palabras nos permiten empezar a plantear algunas preguntas que
nos orientarán. ¿Qué ofrece un psicoanalista a un niño? ¿Es del orden de la
pedagogía, de la curación, de la escucha? Lejos de buscar respuestas
absolutas, me propongo planear algunos puntos que nos ayuden a situar en
qué consiste la oferta de análisis en la infancia.

Una concepción de niño

Para el psicoanálisis, la perspectiva es contundente: el niño es un sujeto de
pleno derecho. No se trata de un sujeto “por venir” o “por hacer”, sino que es
posible situar en él una relación con el saber; una clase especial de saber que
no es del orden de lo cognitivo sino de un saber inconsciente. Tal como
sostiene Miller, los niños saben más de lo que suponen los adultos: “El saber
de un niño es auténtico, ya sea sabido o no sabido” ¹ , y es a partir de esa
autenticidad que puede inscribirse en el discurso analítico.

No se trata, entonces, de considerar al niño como un “objeto moldeable” presto
a receptar pasiva y silenciosamente pautas de comportamiento que aseguren
su adaptación.

Al recibir a un niño, confiamos que, en tanto sujeto, “tiene algo para decir”.
Incluso aunque no hable, podemos precisar en él una relación con el lenguaje y
captar allí los efectos del encuentro entre la palabra y el cuerpo.

Una demanda de época: predictibilidad, rapidez y control

La incidencia del mercado no excluye a la configuración de un tipo de demanda
de tratamiento para un niño: se espera que éste pueda resolver en corto tiempo
aquello que se presenta en la mayoría de los casos como un trastorno.
Perspectiva que se sustenta en un ideal de normalidad: hay que identificar
aquello que en un niño queda por fuera de la norma para así poder corregirlo y
que “encaje”. Se trata de reducir la práctica clínica a la re-educación de
conductas, de acuerdo con la indicación de un protocolo, borrando así
cualquier particularidad que aparezca out-of-program.

Precisamente, el psicoanálisis se presenta como una opción por fuera del
mercado, que se resiste a las demandas de inmediatez para dar lugar a un
tiempo y un espacio lógicos (no cronológicos), que apunten a resguardar eso
que aparece como síntoma, pero que se considera la producción singular de un
niño.

Más aún, se apunta a convertir a esa conducta en un enigma, incluso para el
propio niño. Enigma que dé lugar al trabajo subjetivo, al despliegue de ese
saber que le suponemos y a la construcción de una respuesta posible en la que
no quede jamás por fuera eso que hace de ese niño un sujeto deseante.

Un partenaire a la altura de la infancia

De este modo, la posición del analista se orienta por una ética: en el discurso
analítico, el niño y su saber son respetados. Lejos de adiestrar en las buenas
conductas, el analista tendrá la suerte de acompañar al niño a construir para sí
un anti-destino, aventurándose a explorar las coordenadas en las que advino al mundo y a responsabilizarse por las respuestas siempre singulares que ha
podido dar.
Tal como sostiene Miller: “El analista está del lado del sujeto en todos los
casos, y su tarea es llevar al sujeto niño a jugar su partida con las cartas que le
fueron repartidas” ² .


¹ Miller, Jacques Alain (2011). “El niño y el Saber”. En: Los miedos de los niños. Paidós, Buenos Aires, 2017, Pág. 24.
² Op. cit. 25.