por Ricardo Seldes
AME EOL-AMP
Creador del equipo de asistencia e investigación de las Urgencias Subjetivas en el Hospital Evita de Lanús (1987)
Director de PAUSA
Docente en la Maestría en Clínica Psicoanalítica Universidad Nacional de San Martín.
Buenos Aires
Las discordias y el tiempo
Hablar de las discordias de las identificaciones nos exige aclarar si se trata de una disputa entre los ideales de un mismo individuo o, como en el mito de la manzana de la discordia, una lucha política, donde tres diosas tocadas en su narcisismo inician, sin quererlo, una guerra, la de Troya.
Si unimos ambas concepciones captamos que la clínica no es atemporal. Los sujetos se presentan ante nosotros a partir de los significantes que les fueron atribuidos, cada diosa tenía un atributo que otorgar: poder, saber, belleza. Quizás sean las identificaciones las que nos advierten acerca de las modalidades de goce de cada época.
Nos ubicamos en un tiempo en donde coexisten exigencias sociales con las aspiraciones, el derecho a la libertad de satisfacer las pulsiones, donde cada delirio singular habla de los límites que antes tenían a los sujetos fijados a identificaciones fuertes. Si estas predominan, los sujetos son probablemente menos sensibles al imperativo ético del superyó: ¡Goza en forma imposible!
¿Las identificaciones hacen gozar al individuo o lo limitan? Pregunta que tiene una respuesta tan paradojal como aquella de si el trauma mortifica o vivifica al ser hablante.
La ficación y la insondable decisión del ser
Las enseñanzas de Lacan pusieron el énfasis en concebir al sujeto como falta-en-ser, fundamento de la necesidad (estructural) de las identificaciones. ¿Qué viene a reemplazarla cuando esa concepción se desvanece?
Respuesta: el agujero de lo simbólico ² . En la cara más profunda del fantasma, el sujeto se agarra a sí mismo en el momento de su pérdida, de su desaparición.
Los significantes les son atribuidos a los sujetos. Sin embargo, para que un significante produzca una identificación, una ficación -dice Lacan-, implica que se den ciertas condiciones. Ya, al hablar del troumatisme de lalengua, lo debemos a referir a esos momentos contingentes en donde el significante toca el cuerpo produciendo un acontecimiento, una vivificación. Sin embargo, queda siempre como pregunta sobre la causa ¿por qué esos significantes? ¿por qué algunos rasgos?, ¿por qué algunas formas deseantes introducen un deseo, una pequeña o gran envidia, una captación de la impotencia del Otro?
No nos queda más alternativa que apelar a esa maravillosa y enigmática frase de Lacan que habla de “la insondable decisión del ser”. Lo diremos en cortocircuito, porque tanto la falta en ser de cada quien o sus modos de completamiento, complementamiento o suplencia, dependen de lo que para cada uno implica esa “insondable decisión del ser”. Lacan se la atribuye al loco, en “Acerca de la causalidad psíquica”, supuestamente al sujeto menos responsable de todos.
Hasta el modo en que cada uno delira es dependiente de esa decisión. Captamos la asunción de una responsabilidad en el mismo sentido de asumir -tal como señala Freud-, la responsabilidad moral en los sueños de lo que habita y produce el inconsciente, en tanto se trata de un inconsciente hecho de un material que nos habita, un depósito que se ha inscripto en nuestros cuerpos, un inconsciente que no está hecho de los efectos en un cuerpo imaginario, sino un inconsciente que incluye la instancia de lo real como pura repetición de lo mismo. Y ahí captamos el fantasma y lo que al análisis puede alcanzar como nombre del fantasma.
Con eso no alcanza. En las estructuras clínicas, el encuentro con el goce es algo desmesurado, no previsto. En general, es “traumático”, y deja una marca. Debajo de las conexiones significantes se puede encontrar ese punto. Y se debe encontrar ese punto. No se puede deducir.
Nombrarse
¿Cómo pensar las modalidades de identificación que se ponen en juego con el uso de los significantes que nombran a los sujetos? Partimos de que éstos, aunque su uso sea compartido, son particulares para cada uno, y el tipo de identificaciones a las que él consienta dependerá de su estructura y del modo en que ha respondido al troumatisme de lalengua. Se trata de alguna suerte de saber hacer con el goce, con lo que aparece como exceso, con lo que no se inscribe con los “artefactos” o las metodologías tradicionales.
Así sea la imagen del perfil en una red social, del avatar de un video juego, de la ropa, del corte de pelo, de los prototipos de delgadez, o de los cortes sobre la carne, se trata de un lábil, efímero, pero, en definitiva, un “entre todos” y en este punto entendemos que, por ejemplo, las Tribus Urbanas pretenden regular y establecer, en concomitancia, algo del lazo social.
Tenemos las nominaciones, me gusta decir más elección de nombres o “ser nombrados”. Veganos, pareos, crudívoros, alcohólicos, beatniks, hippies, punks, grunges, hipsters, floggers, freaks, darks, góticos, cumbieros, bloggers, cross-dressers, gays, trans, lesbianas, queers y siguen los nombres… ¿Alcanza el nombrarse (ser nombrado) para adquirir una identificación, aunque sea transitoria? ¿Se adquieren identidades a falta de tener una identificación que posibilite un anclado en la subjetividad y de recursos para armar un lazo con el otro sin referencia a un ideal? ¿O es preciso además un procedimiento que las garantice? Identificaciones lábiles que las pantallas facilitan, juego de espejos; habrá que pensar, uno por uno, en el camino que va del mimetismo, de la imitación que no es identificación, del uso del semblante a la construcción del cuerpo. ¿Qué responsabilidad hay, qué decisión? ¿Nos autorizamos a hablar de comunidades de goce cuando, en todo caso, se trataría de identificarse con un imaginario colectivo que sueña cómo el Otro goza?
En las identificaciones hoy, no se teme al padre que te mira mal, se realizan protestas. O, por el contrario, se reclama el retorno del Padre, y lo sabemos, cada vuelta lo hace más cruel y segregativo.
Identificación e identidad
Bernard Seynhaeve, en su pase, nos habla no de una elaboración de saber, sino de un encuentro, de un encuentro del que uno se vuelve responsable al reconocer allí el signo del final. Se trata de un acto, y no de cualquiera, puesto que tiene que ver con algo que respecta a la “insondable decisión del ser” que es reconocimiento del final. Desde aquí nos preguntamos si el análisis no se trata de la asunción de la responsabilidad asociada a esa decisión de engancharse a ciertas identificaciones y no a otras. Nos son atribuidas, pero nos enganchamos a ellas para suturar ese agujero en lo simbólico. El fin del análisis produce una imposibilidad de identificarse con el propio inconsciente. En ese sentido, la identificación con el síntoma es el reverso de la identificación histérica.
Cuando J.-A. Miller conversa con él en su curso Piezas sueltas, comentan que hoy hay una sustitución de la identidad por la identificación. La identificación prevalece sobre la identidad. Lo que la naturaleza o la cultura establecen como identidad, es sustituido por la identificación, o sea, un proceso. La diferencia entre una y otra es que hay ficación, fabricación, artificio y semblante, es decir, se pone a funcionar un modelo a partir del cual opera el proceso de identificación: el Padre del nombre es esa capa significante que viene a añadirse a lo real. Tal como Jacques Lacan planteaba las cosas, antes de lanzarse al Seminario 23, nos sexualizamos a través del goce, a través del modo de gozar. El sujeto implica la inscripción de un vacío, y es el resultado en donde se conjuga la heterogeneidad del sexo y el goce.
El psicoanálisis acepta el discurso social, el Otro, el discurso del amo, la política de las identificaciones sociales y, al mismo tiempo, las pone en tela de juicio porque apunta al estatuto del sujeto anterior a esa captura e intenta despertarlo del fading identificatorio. Lo opuesto a la psicoterapia sugestionante.
¹ Fragmento de La Urgencia Dicha, capítulo XII ¨Fijación¨. Colección Diva, Buenos Aires, 2019,pág. 129-132, que publicamos con la gentil autorización del autor.
² Miller, J.-A., ¨Tener un cuerpo¨, en Lacaniana Nro. 17 (2014).